5.30.2008

MÉS ARTICLES


En consonància, un poquet, amb el que escric a l'altre bloc (de vilaweb.cat) us vull penjar dos articles que, al meu entendre, retraten molt bé el que passa, ja ara, a la ciutat de la Fórmula 1... llegiu, llegiu...

Una nueva posguerra


JULIO A. MÁÑEZ
EL PAÍS - 29-05-2008

Basta con darse un paseo por las calles más o menos periféricas de Valencia para darse de bruces con multitud de demandas de empleo pegadas a troncos de árbol, farolas y fachadas de edificios. Las hay de todas clases, desde universitarios en paro que se ofrecen para todo tipo de clases particulares hasta de albañiles prejubilados que se postulan para realizar con habilidad y a bajo coste cualquier chapuza doméstica. Abundan las peticiones orientadas hacia el servicio doméstico, firmadas casi siempre por mujeres, que abarcan desde tareas de limpieza hasta cuidado de niños o de personas dependientes. Es en este bloque de ofertas callejeras donde cada vez con mayor frecuencia se insiste, muchas veces echando mano de las mayúsculas, en que la persona demandante es española (escrito en mayúsculas), de lo que puede deducirse sin exagerar que ese territorio ha ampliado su geografía de origen y que hace algunos meses esa especie de mercado de mercadillo era frecuentado casi exclusivamente por inmigrantes. También sugiere una cierta carga de xenofobia, porque es como si el o la demandante arguyera la nacionalidad como uno de los méritos a la hora de conseguir el trabajo. Todo esto recuerda, y no muy vagamente, a esos cartelitos que hace años se pegaban en la puerta de entrada de pequeñas mercerías para animar a la depauperada clientela: "Se cogen puntos de media".

Esa impresión desalentada del paseante se complementa con la proliferación de avisos del mismo formato en los que se informa de que "mujer decente alquila habitación a caballero", donde se supone que en ocasiones se sugiere una oferta implícita de otra clase de servicios, en una sintaxis en la que tal vez se da por supuesto que es el caballero quien se queda sin domicilio una vez consumada la separación de su esposa, aunque en la mayoría de los casos parece indicar sencillamente, que no pudiendo subvenir a los gastos que origina la propiedad o el alquiler de la vivienda, se subarrienda una parte de ella a otras personas que, a su vez, no se encuentran en situación de sufragar los gastos corrientes de una vivienda entera. Hasta es posible que el número de pisos compartidos por estudiantes de paso sea menor o esté a la par del de las viviendas no ya realquiladas sino troceadas por habitaciones con derecho o no a cocina y a otros espacios comunes. Nada que ver con los hábitos de miles de inmigrantes, que alquilan (cuando les dejan) una vivienda en la que pernoctarán 30 personas en 50 metros cuadrados, porque ésa es una necesidad más o menos reciente, sino más bien con los años de la posguerra, donde proliferaron las pensiones de medio pelo y la legión de realquilados que casi cubrían el coste del alquiler por el derecho ilegal a ocupar una habitación con su fogoncillo. En ese contexto, se va imponiendo la cultura de la deportación, como decía el siempre espléndido Josep Ramoneda en estas páginas hace unos días. Lo que se teme de la inmigración es que los que han tenido la suerte o la desdicha de arribar no son nada al lado de los que esperan conseguirlo, tal es la miseria mundial que les lleva a dejarlo todo para llegar a la nada, y muchos Ulises sin más pedigrí que su miseria serán cancelados sin que ninguna Penélope los espere al final de una singladura de muerte. La pregunta es qué pasará con los nuestros que no llegan a fin de mes, que no tienen más remedio que realquilar o ser realquilados, que miran un euro como si fuera el último que albergará su bolsillo. Y a qué se debe esta herrumbre de posguerra innominada cuando la guerra, como con tanto salero guionizó Jorge Semprún, est finie.

A reclamar, al maestro armero


JOAN MARTÍNEZ Y ANTONI MONTESINOS
EL PAÍS - 28-05-2008

El coste económico de afrontar los desafíos del cambio climático es mucho menor que el de la inacción y la pasividad de los gobiernos ante un fenómeno que está agravando la extinción de especies, la escasez de agua, la proliferación de enfermedades y los impactos sobre la agricultura y el turismo, entre otros efectos dañinos en el ámbito planetario.

Estas advertencias están contenidas en innumerables documentos de instancias internacionales, como el estudio Perspectivas ambientales para 2030, elaborado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el Informe Stern, elaborado por el prestigioso economista británico Nicholas Stern en octubre de 2006 y los sucesivos informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la Naciones Unidas. Cada nuevo informe agrava las previsiones del anterior, y todos coinciden en hacer un firme llamamiento para la reducción de las emisiones, modificando radicalmente las políticas energéticas, de transporte y sobre el territorio. El reciente informe del Instituto Español de Oceanografía estima la subida del nivel del Mediterráneo en 50 centímetros para los próximos 50 años. Las costas bajas valencianas entrarían en crisis al desaparecer las playas que sustentan el turismo e importantes recursos agrícolas, como las huertas litorales de La Vega Baja y l'Horta de Valencia, dos enclaves de nuestro territorio que deberían ser estrictamente protegidos en su calidad de reservas alimentarias. Nadie en su sano juicio debería pensar que escapará a las consecuencias de estas drásticas y veloces modificaciones del clima. Las economías de los países pobres van a ser, a medio y largo plazo, las que sufran con más virulencia los desequilibrios ambientales, como ya están sufriendo las consecuencias de las guerras, por la apropiación (el robo deberíamos decir) de los recursos naturales y energéticos. La inestabilidad económica, la inseguridad y el incremento de las migraciones, también van a pasar factura, y no pequeña, a las economías del mundo desarrollado. Si el cambio climático no es el único problema del mundo, sin lugar a dudas es uno de los más graves, sobre el que urge actuar, modificando profundamente, y por este orden, las políticas de los gobiernos, las formas de producir de las empresas y los malos hábitos de la ciudadanía. Sin lugar a dudas, las orientaciones económicas de los gobiernos, a través de sus presupuestos e inversiones, son un claro indicador del grado de implicación en el cumplimiento de objetivos inherentes a la reducción de emisiones y la protección del territorio. Frente a energías sucias urge la implantación de energías renovables; frente a despilfarro energético, ahorro y eficiencia; frente a la carretera, ferrocarril para desplazar mercancías y personas; frente a la proliferación del vehículo privado, transporte público; frente a la destrucción del territorio, preservación del suelo y los ecosistemas agrarios y naturales, como los incalculables tesoros que son. Estos son los objetivos básicos que pocos gobiernos afrontan con decisión, y algunos, como el Gobierno valenciano, ignoran irresponsablemente. Los presupuestos de la Generalitat valenciana para 2008 ha sido una nueva ocasión perdida para poner los recursos públicos económicos al servicio de afrontar este grave problema. Alejados de este objetivo, los presupuestos son continuistas en lo ambiental, es decir, inútiles y dañinos para mitigar el cambio climático y sus destructivos efectos sobre la economía, la sociedad y el territorio valencianos, expuesto a sufrir sus graves consecuencias. Reinciden en las cuantiosas inversiones en carreteras frente a las raquíticas en ferrocarril. Más coches, más emisiones, más cemento y asfalto, más destrucción del territorio, abundando en un modelo depredador y desfasado. Ése es su modelo. Sin estrategia que los coarte, sin recursos económicos para mitigar las consecuencias de los cambios en el clima. Nada que ver con el publicitado combate contra el cambio climático. La foto de Camps con Rajendra Pachauli presidente del IPCC y Premio Nobel de la Paz, queda en eso, una foto para acompañar el titular de turno y seguir a lo suyo, la grandeza del asfalto. Adaptar nuestro medio natural y nuestros sectores productivos a los efectos de la modificación del clima, y a la escasez y carestía del petróleo, debería constituir uno de los ejes económicos claves para un Gobierno responsable. Mirar más allá de su corto mandato, del espejismo de los grandes eventos como la Fórmula 1, y de las grandes obras públicas limitadas a las nuevas autovías proyectadas y los macro edificios contenedores culturales de lujo. El modelo de cemento y ladrillo, de un crecimiento exponencial en la ocupación de suelo está agotado, y está arrastrando en su caída, como consecuencia inmediata, al empleo precario que generó. Lo que queda son sectores industriales en riesgo de crisis, abandonados a su suerte, que requieren, no es nada nuevo, políticas industriales modernas, en sintonía con los retos ambientales actualmente planteados. Ninguna medida de calado se encamina por este sendero. Al contrario. Los poderes públicos valencianos, en manos del Partido Popular, solo reaccionan ante el negocio rentable y el beneficio privado rápido. Aun a sabiendas de que así ahondan en las causas del problema, asientan las bases de profundas crisis venideras, donde los sectores sociales más débiles y empobrecidos van a ser los primeros perjudicados. Pero esto poco importa al presidente Camps y su entorno, el empobrecimiento, bañados en glamour como están, no va con ellos y para cuando la crisis apriete de verdad, la ciudadanía, a reclamar al maestro armero.

La educación como problema


ADELA CORTINA
EL PAÍS - Opinión - 28-05-2008

El problema número uno de cualquier país es la educación. Y en el nuestro el asunto anda revuelto desde instancias diversas que afectan a todos los niveles educativos, incluida la Universidad. Es tiempo de pensar la educación y pensarla a fondo.

La LOE deja la puerta abierta para que las comunidades autónomas recorten horas de materias como la Filosofía, apertura que aprovechan algunas comunidades como la valenciana para reducir su horario; los enfrentamientos por la Educación para la Ciudadanía recuerdan el Motín de Esquilache; Bolonia va a traer una Universidad adocenada, en la que, por mucho que se diga, la calidad acaba midiéndose por la cantidad. El número de alumnos se ha convertido en decisivo para determinar la calidad de una materia o un postgrado, con lo cual no hay lugar para la especialización. Una cosa es saber mucho de poco, saber cada vez más de menos y acabar sabiéndolo todo de nada; otra cosa muy distinta, saber sólo generalidades, porque eso -se dice- es lo que prepara para adaptarse a cualquier necesidad del mercado. Éste es el mensaje de Bolonia, asumido con inusitado fervor por carcas y progres, y después nos quejaremos del neoliberalismo salvaje. Los nuevos aires insisten en preparar a los alumnos para desarrollar competencias tanto en los estudios técnicos como en las ciencias y las humanidades. El viejo debate sobre si educar consiste en formar o en informar ha pasado de moda, porque ya sabe cualquier maestro o profesor que lo suyo es preparar chicos y chicas competentes. ¿Competentes, para qué? Para desempeñar ocupaciones asignadas por el mercado laboral, claro está. Por eso, si usted tiene que diseñar un plan de estudios de cualquier nivel educativo o un postgrado, el apartado más largo y complicado será, no el que se refiere a los contenidos de las materias, sino el que se relaciona con las "competencias". ¿Para qué ha de ser competente el egresado? Competencia es, al parecer, un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes, necesarios para desempeñar una ocupación dada y producir un resultado definido. Consulté a un compañero de Pedagogía, excelente profesional, y, con una buena dosis de ironía, me puso un ejemplo muy ilustrativo: alguien es competente para hacer una cama cuando sabe lo que es un somier, un colchón, lo que son las sábanas, se da cuenta de cómo es mejor colocarlas y además le parece algo lo suficientemente importante como para intentar dejarlas bien, sin arrugas y sin que el embozo quede desigual. Era sólo un ejemplo, por supuesto, pero extensible a actividades más complejas, como construir puentes y carreteras, elaborar productos transgénicos, hacer frente a una denuncia, plantear un pleito, curar una enfermedad y tantas otras actividades que corresponden a quien tiene un puesto de trabajo. Preparar gentes para que ocupen puestos de trabajo parece urgente. Sin embargo, sigue pendiente aquella pregunta de Ortega sobre si la preocupación por lo urgente no nos está haciendo perder la pasión por lo importante. Si en la escuela hay que enseñar a hacer tareas como manejar el ordenador o conocer las señales de tráfico, cosa que los estudiantes van a aprender de todos modos por su cuenta y riesgo, o si hay que incluir en el currículum materias de Humanidades, que preparan para tener sentido de la historia, dominio de la lengua, capacidad de criticar, reflexionar y argumentar. Que no son competencias para desempeñar una ocupación, sino capacidades del carácter para dirigir la propia vida. Nada más y nada menos. Por otra parte, se insiste, con razón, en que el conjunto de la educación se dirige a formar buenos ciudadanos, y hete aquí que eso no es ninguna ocupación, sino una dimensión de la persona, aquella que le permite convivir con justicia en una comunidad política. No tanto vivir en paz, que puede ser la de los cementerios o la de los amordazados, sino convivir desde la justicia como valor irrenunciable. Y para eso hace falta aprender a enfrentar la vida común desde el conocimiento de la historia compartida, la degustación de la lengua, el ejercicio de la crítica, la reflexión, el arte de apropiarse de sí mismo para llevar adelante la vida, la capacidad de apreciar los mejores valores. Cosas, sobre todo estas últimas, que no pertenecen al dominio de las competencias, sino a la formación del carácter. No es una buena noticia entonces que se quiera reducir la Filosofía en el Bachillerato, ni lo es tampoco que se pretenda eludir la ética cívica o esa Educación para la Ciudadanía que debería ayudar a educar en la justicia, no sólo a memorizar listas de derechos, constituciones y estatutos de autonomía, que son por definición variables, sino a protagonizar con otros la vida común. Por fas o por nefas, acabamos limitando la escuela y la Universidad a preparar presuntamente para lo urgente, no para lo importante, para desempeñar tareas y no para asumir con agallas la vida personal y compartida.

PD: La il.lustració és d'AIXOTOCA.CAT