7.06.2013

WERT Y LAS BECAS, de Jesús León (LEVANTE-EMV)




Si alguna virtud tiene el ministro de Educación, José Ignacio Wert, es que se le entiende todo lo que dice, en este caso, que «las becas no son limosnas». 

El ministro viene a dar por buena la frase de Marx de que «la instrucción en general depende del nivel de las condiciones de vida». Tiene claro que las becas no son limosnas, y los demás, también, puesto que si son algo, son derechos inalienables de todos aquellos que las necesitan para poder instruirse. Las becas son el mínimo esfuerzo solidario que puede efectuar una sociedad en pro del objetivo prácticamente utópico, en cualquier caso, y mucho más en el actual sistema capitalista, de conseguir la igualdad de oportunidades en la formación necesaria de la población. Podríamos decir que su objeto más real es paliar, en la medida de lo posible, que alguien por el solo hecho de carecer de medios económicos, pueda verse impedido de obtener una educación en igualdad de condiciones con quienes la diosa fortuna les ha dotado de dinero suficiente para poder conseguir tal fin, obviamente con independencia de la nota que obtengan en sus estudios, siempre que alcancen el mínimo de cinco. 
Por tanto, el representante del gobierno de Rajoy, fiel a la clase social y política a la que pertenece, defiende lo mejor para los suyos, que suelen tener disponibilidad económica sobrada para estudiar, si así lo desean. Aquí no existe nota mínima alguna que valga, ni el 6,5 ni el 6 ni nada. Para el resto, es decir, para la gran mayoría que carece de medios suficientes para hacer frente a los estudios, «que se jodan». No lo expresa así (la frase es de la diputada Fabra), pero se le sobreentiende perfectamente. Wert es más fino, pero piensa y siente exactamente lo mismo. Se regodea en la defensa de los recortes de las becas para estudio. Hay que meter la tijera, los posibles beneficiarios son los otros, que pretenden competir con nosotros, los privilegiados del régimen democrático-financiero-oligárquico que domina la situación sin cortapisas ni obstáculos serios, salvo algunas protestas menores, dispersas y controladas, a las que no hay que temer. La gente todavía sigue bajo el símdrome de la burbuja. Continúa preguntándose si esto que se les ha venido encima no es un mal sueño, que quizás pase pronto, pues Rajoy les prometió el maná, una vida feliz, sin problemas de paro, de despidos masivos, copagos farmacéuticos, sin subida de impuestos, aunque sí de las pensiones y nada de tasas para impedir el amparo judicial efectivo de los jueces y tribunales; demoliendo, de paso, la tutela prevista en la Constitución, que solo interpretan a su conveniencia y provecho. 
Mientras la ciudadanía despierta del tremendo letargo que le ha producido la anestesia del sistema neoliberal radical que padecemos, el ministro Wert y los suyos, han decidido apretar el acelerador. Con un tajo a la enseñanza, tras el de la sanidad. Prácticamente han dado la vuelta al calcetín del miniestado del bienestar que con tanto esfuerzo se había levantado. La alternativa pasa por una apuesta profunda por la escuela pública de calidad, financiada generosamente y fiscalizada por el Estado, con una previa unidad política progresista, abierta y robusta al PP. Su creación es vital ya.