6.12.2015

La ilusión política y el orgasmo Maruja Torres (d'El pulpito laico)

Esta historia de amor la iniciamos entre todos. Y nos merecemos un buen orgasmo social  

Recuperar la ilusión política es como volverse a enamorar después de haber sufrido unos cuantos descalabros: cuando ya se cree uno al cabo de la calle. ¿Otra vez?, se dice uno. ¿Sufrir de nuevo? ¿Estará a la altura de mis expectativas?, se pregunta uno, o una. Y se defiende: No me pidas que te crea por tu cara bonita, demuéstramelo. Demuestra que me quieres, que vas a cuidarme, que sólo dejarás de cumplir aquellos imposibles que, en el fondo, desde el principio supe que no podrías alcanzar. Pero compláceme en lo demás. Dime, sobre todo, que intentarás entenderme y que, por encima de cualquier otra consideración, me respetarás. Y que todo lo que hagas me lo explicarás sin recurrir a los embustes de mal pagador con que los amantes anteriores creyeron que nos daríamos por satisfechos.
Como en el amor verdadero, ése que llega cuando no se le aguardaba, o cuando se temía, y que sometemos a toda clase de peritajes, lo de ahora va tener que ganársenos.
No hay que desesperar. Si algo bueno nos está ocurriendo, en estos días y noches, y ocurren muchas cosas que no están nada mal, es que el país entero se ha convertido en una inmensa ágora formada por muchas corralas, con un trasiego de intercambios y de peroratas que no sólo ponen a prueba nuestra paciencia: les retratan a todos y cada uno de los participantes. Nos retratan, también.
Disponemos de una oportunidad magnífica para que los nuevos, y los otros, se enteren de lo que nos ha parecido su actuación en estas primeras justas por nuestro futuro: las elecciones generales. Lo sé. Es un desmadre. Pero es que están aprendiendo, como nosotros. Después de tantos años de parálisis, de languidez, de indiferencia colectiva, de deterioro de las formas y perversión del fondo, ellos y nosotros estamos aprendiendo. Incluso los que aún no se han enterado. Siguen todavía los viejos vicios, incluso en los nombres recientes –y tú más, mira que no te ajunto, se lo voy a contar a mi votante, miedica, miedica, etcétera–, y los veteranos o parecen correosos o se aprestan a darlo todo y escamarnos; unos, por inexperiencia, llevan el casco mal calado; los otros, por rutinarios, se aferran a su burbuja de aire. Otros pescan en mar revuelto, con un pie en cada orilla y meando en medio.
Permanezcamos atentos. Si no lo hacen bien, castigo en las generales. Hay que decírselo: no nos tratéis como si fuéramos tontos. No afirméis que sólo os interesa el programa y el bien de la ciudadanía, si es que por casualidad sois víctimas de la instantánea locura de querer ocupar un sillón y hacer imprimir tarjetas con vuestro cargo en relieve debajo de nombre y apellidos. No uséis la fuerza del votante en vano.
Pesad que esta historia de amor la iniciamos entre todos. Y que nos merecemos un buen orgasmo social.